Aracnofobia

GÉNERO: Horror
CLASIFICACIÓN: Mayores de 16 años
TOTAL DE CAPÍTULOS: 1

No deseaba recordar aquel aciago día de verano, cuando toda su familia se reunió para celebrar el septuagésimo quinto cumpleaños de la tía Anne. Pero, ¿cómo despojar a su mente de las pesadillas que aún la despiertan a medianoche, pavorosa y envuelta por una densa capa de sudor? El miedo se ha convertido en su más íntima esencia vitalicia cada vez que el último haz de luz es tragado por la oscuridad.

Siempre empieza por un leve cosquilleo sobre la piel desnuda, para luego sentirlas invadir todo su ser con la intensión de envolverla en el fino e inquebrantable hilo que la apresará hasta el final. Así son ellas, silenciosas tejedoras que atrapan a sus presas cuales anfitrionas tramperas. De nada sirve forcejear, retorcerse o chillar, pues utilizan su mortífero néctar para mitigar tu voluntad.

—¡Alejaos de mí! —Grita entre sueños, provocando que sus pequeños nervios se alteren.

Estas depredadoras son listas y no escuchan su implorar, por lo que siguen realizando su labor mecánicamente, sin detenerse. Cuesta contar cuántas hay, porque podría jurar que las sombras que tiemblan son ellas disfrazadas, esperando impacientes que las llamen a cenar.

Solloza. Se desgarra la garganta con las mudas súplicas que en vano intenta formular. No hay escapatoria, más su único consuelo es que alguien entre y la devuelva a la realidad, si es que existe otra en algún lugar.

La joven que lucha por recuperar el aliento perdido llama sin querer a esas memorias que se esforzaba en olvidar. Imágenes efímeras de aquella fiesta que marcó en su interior el terror con la pútrida tinta que jamás desteñirá. No, el perturbador sentimiento que revuelve sus entrañas la acompañará eternamente.

¿Habría sido mejor obedecer a tía Anne? ¿Cómo serían las cosas de no haber presenciado tan terrorífica escena? Nadie puede culpar a una niña por indagar en los alrededores del granero en busca de conejos, pollos y terneros, animales que creía fascinantes. Sin embargo, lo que descubrió en la parte trasera del recinto perturbó su inocente mente, retorciéndola en visiones que no cesarían ni tras años de terapia.

El cuerpo de Tobie —un cachorro que su madre la obligó a abandonar con sus parientes— se hallaba inerte sobre la sucia tierra, acostado en un lecho de paja que desprendía el desagradable hedor a carne descompuesta bajo el sofocante calor de Julio. Cientos de figuras negras se apoderaban de él, incrustándose en su piel; salían de los orificios de sus ojos, oídos, nariz y boca, y de las protuberancias que cubrían sus extremidades.

Las criaturas de ocho patas la observaban, acusando a la intrusa de detener su banquete. Cuando por fin gritó, presa del pánico, decenas de ellas se le abalanzaron.

Corría de lado a lado, rogando que alguien las apartara, pues le hacían daño al perforarla con sus largos incisivos. Cayó, se levantó y volvió a tropezar. De las hebras azabaches que conformaban su cabello, largo y completamente lacio, pendían en un remolino aquellas alimañas. El atuendo blanquecino que felizmente había portado durante la mañana ahora estaba teñido de barro, mientras una gran cantidad de puntos carmesís afloraban de sus miembros.

¿Qué sucedió después? Lo ignora, salvo que despertó en una cama de hospital, rodeada de globos, muñecos y tarjetas enviadas por sus compañeros y familiares.

Y ahora, allí estaba de nuevo, salida de sus pesadillas y materializada en su regazo. Trepando con lentitud por su paralizado cuerpo en dirección a su rostro. El descomunal tamaño que tenía sirvió para aumentar el pavor que circulaba por sus venas y acelerar el irregular ritmo cardiaco que amenazaba con hacerle estallar el pecho. La grotesca baba incolora que caía por sus colmillos, los ocho ojos que le recriminaban deudas pendientes, y la textura de las peludas patas que rozaban su pellejo eran suficiente espectáculo para que la histeria se apoderara de la joven.

Rezó para sus adentros, esperando que sólo fuera otro mal sueño. Pero, al momento de ver la multitud de oscuros orbes que la reclamaban desde la penumbra, supo que ya no iba a despertar.