Canto de brujas

GÉNERO: Drama
CLASIFICACIÓN: Mayores de 13 años.
TOTAL DE CAPÍTULOS: 1


En lo alto se hallaba el negro cielo envuelto por una densa manta de cenizas, cada una cubriendo un centímetro del infinito cosmos, cayendo cual lluvia de pecados sobre el desierto de frío concreto. La mortuoria luz de luna escondía sus débiles haces plateados en la oscuridad del universo, dejando ciegos a quienes merodearan por la infausta tierra que gemía y se ahogaba por las culpas de sus hijos. Ya no quedaban sino rezagos de lo que fue el juicio y castigo de los hombres y mujeres que habitaron durante milenarias épocas en un mundo que nunca les perteneció.

El derruido paisaje no era más que una masa de restos de la destrucción y el caos que consumió las almas descompuestas y marchitó las pocas que podían ser salvadas. De los gritos sólo quedó un silencio ensordecedor, de las súplicas, un mutismo siniestro, y de los rezos, la furia de una sentencia que fue dictada desde los primeros eones que asomaron por el tiempo. Los cimientos de las ruinas eran lo único que se divisaba entre las sombras de una civilización que pereció, condenada incluso antes de existir.

Y sin embargo, cuando ya no quedaba nada, aún se escuchaba la suave y melodiosa voz de una doncella maldita cantar, recitando las funestas tonadas del melancólico llanto de las sonrientes brujas de antaño. Danzaba conforme manipulaba los hilos de mentiras perdidas, marionetas con forma de sueños rotos que la rodeaban en un mágico círculo y se esparcían en el aire al igual que el mortal veneno del néctar de la muerte. Una estrella, un pentagrama. Ambos teñidos de rojo al invocar a la luna escarlata en medio de aquel cruel escenario.

La pequeña chispa de la última llama refulgía con temor, crepitando, implorando que el viento cesara de arrastrar las espinosas plumas que se incrustaban en su alma. El fuego iluminaba opacamente el monumento a los caídos, consumiendo las esperanzas y oraciones de quienes juraron en vano. El cristalino espejo, esparcido en desastrosos fragmentos, reflejaba mil veces la misma figura, presenciando olvidados fantasmas. Sucias lágrimas recorrían el rostro de la estatua de la santa virgen, que se aferraba a la nívea rosa que no tardaría en desaparecer del quebrado pedestal.

Junto a la araña, el ave de una sola ala intenta subir al cielo, sabiendo que el resto de pájaros se han perdido en el averno. Las promesas que no se cumplieron están grabadas a fuego, floreciendo en los corazones donde mora el odio. El festival macabro de espíritus se lleva a cabo en el purgatorio, mientras las metálicas risas rompen los tímpanos de la solitaria mortal. El vacío que desea apoderarse de todo no le impide continuar cantando, cada vez más y más alto, buscando la oxidada llave que cerró el Edén de Eva y el jardín de Adam.

Bebiendo el agua del pútrido lago, el pecado que corre por sus venas torna la sangre de color azabache. La daga que cortó las cadenas del primer prisionero yace a un lado, ardiendo con los rugidos del gran perro que es uno y a la vez tres. La corona del Dios humanado adorna su cabeza, símbolo del desafío que ninguna de ellas logró completar jamás. Perlas oscuras lucen la pureza mítica de la suma de traiciones que se pagaron con dolor, entre sollozos y aclamaciones de hordas plagadas de injusticia, enfermas por su propia avaricia.

Allí nacieron las princesas amargas cuyos finales felices se esfumaron entre la densa neblina, cubriendo anhelos de incoherentes deseos egoístas. Pueblos enteros fenecieron bajo colosales caprichos y tormentas de fuego, formando cementerios en tierras infértiles, sin féretros ni lápidas. Árboles desnudos se alzaban majestuosos, cuervos graznaban conforme los huesos se convertían en polvo, y los arácnidos seguían tejiendo sus letales y misteriosos sepulcros.

¿Cuántas puertas de hielo serán derretidas por el calor de este corazón que ha dejado de latir?

La voz se apaga al caer inerte una muñeca sobre el gélido cemento, haciendo pedazos el fino rostro de porcelana y llevándose consigo la blanca rosa destinada al exilio. El profundo sentimiento de soledad se vuelve infinitamente insondable. Y las cuerdas de la última heredera han detenido el correr del viejo reloj, y con ellas el sonar de aquella luctuosa caja musical.