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Heroína nacional

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Viñeta Heroína nacional

Mensaje por Ela McDowell Jue Mayo 01, 2014 10:03 pm

GÉNERO: Hecho histórico
CLASIFICACIÓN: +13
TOTAL DE CAPÍTULOS: 1

Notas del autor:

HEROÍNA NACIONAL
Uno, dos, tres.

Contaba cada paso que daba en dirección al suplicio, una lóbrega marcha en la que era custodiada por dos sacerdotes de impávidas expresiones faciales, quienes recitaban las oraciones que ella se negaba a repetir en ese instante. En su lugar, no cesaba de maldecir una y otra vez a los españoles opresores de su patria.

—Vosotros sois los tigres y en breve seréis corderos —decía en voz alta, con la intención de que sus palabras fuesen oídas por todos—; hoy os complacéis con los sufrimientos de vuestras inermes víctimas, y en breve, cuando suene la resurrección de la patria, os arrastraréis hasta el barro, como lo tenéis de costumbre.

En el acto, una mano cayó rauda en dirección a su mejilla, donde la marca de la fuerte bofetada recibida quedó grabada en un ardiente tono rojizo. Un hilillo carmesí pendía del lastimado labio. Volvió la mirada hacia el hombre que la había agredido, escupiéndole en el rostro en señal de desafío. Éste, presa de una colérica indignación, la tomó del brazo y obligó a acelerar el paso.

Sobre la plataforma de ejecución, acompañada por Alejandro Sabaraín y otros de sus camaradas, pudo observar la multitud de orbes posados en ella. La mayoría demostraba indiferencia, pero otros, como los que adornaban caras familiares, reflejaban una amarga tristeza. No se molestó por la lástima que le tenían aún en aquellas circunstancias; era una mujer, lo que en su tiempo fue causa de múltiples burlas, condenada siendo tan joven.

—Policarpa Salavarrieta, ¿qué tenéis que decir ahora al pueblo de Santa Fe?

Guardó un minuto de silencio. Cuando abrió la boca, su respuesta brotó de manera automática.

—¡Pueblo indolente! ¡Cuán diversa sería hoy vuestra suerte si conocieseis el precio de la libertad! Ved que aunque mujer y joven, me sobra valor para sufrir la muerte y mil muertes más, y no olvidéis este ejemplo.

A pesar del miedo que corría a raudales por sus venas, La Pola se mantuvo firme mientras la acusaban de traición y rebelión. Sin embargo, la sola presencia del sargento Iglesias hacía que su sangre hirviera. El desprecio que sentía por el español no podía compararse con ningún otro sentimiento en el mundo. Él era consciente de ello, por lo que mantenía dibujada una socarrona sonrisa en sus labios. No negó los cargos, pues bien sabía que sus acciones habían sido justas y no se arrepintió de nada.

Miró por última vez a la gente allí congregada y sintió repulsión. Llenó sus pulmones del aire que pronto le sería arrebatado, y gritó:

—Pueblo miserable, yo os compadezco, ¡algún día tendréis más dignidad!

Dicho esto, fue obligada a sentarse en un banquillo, de espaldas a la plaza, y sus ojos fueron cubiertos con un hediondo vendaje que la sumergió en la oscuridad. Empero fue cambiada de posición cuando sus compañeros pidieron en conjunto que se les permitiera permanecer de rodillas, y así fue.

La primera ronda de proyectiles emitió un ruido estridente, provocando un pequeño sobresalto por parte de La Pola, quien ahora susurrabas las plegarias correspondientes al Dios en el que creía.

—Ahora la mujer —dijo alguien entre las tropas—. ¡Preparen!

Interrumpió sus oraciones para recitar las palabras con las que sería recordada en la historia, que estremecerían el corazón de los presentes y demostrarían la derrota moral de los soldados partícipes en su ejecución.

—¡Muero orgullosa por defender los derechos de mi patria!

—¡Fuego! —ordenó el sargento, y una lluvia de balas penetró en la parte trasera de su cuerpo, robándole su último hálito de vida.

Aquel 14 de noviembre de 1817 feneció una gran heroína colombiana.
Ela McDowell
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