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Cae la Noche (bajo las alas del dragón) — El Hobbit fanfiction

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Long Fic Cae la Noche (bajo las alas del dragón) — El Hobbit fanfiction

Mensaje por Erinia Aelia Vie Oct 03, 2014 11:01 pm

Título: Cae la Noche (bajo las alas del dragón)
Fandom: El Hobbit
Personajes: Thorin Escudo de Roble, Bilbo Bolsón, Kíli, Fíli, Gandalf, OC.
Géneros: Dark&ironic fic, Humor, Horror, Aventuras, Misterio, Fantasía, Crimen.
Clasificación: +16, (+18 en capítulos sucesivos)
Total capítulos: 5
Lista de capítulos:

  1. Capítulo I: Acecho
  2. Capítulo II: Impreciso
  3. Capítulo III: Contacto
  4. Capítulo IV: Sombría
  5. Capítulo V: Inminente

·
·
·
Resumen: Bilbo y la compañía de Thorin Escudo de Roble emprenden el viaje a Érebor para recuperar su antiguo reino, pero no sólo los orcos irán tras ellos para darles caza. Una enigmática criatura de una raza oscura les sigue de cerca, esperando el momento oportuno para...
Oscuridad, acción, humor ácido, misterio, lógica, sexo y sangre.
Dark&ironic fic. NO Mary Sue.

Presentación y Advertencias:
N. del A.:



Cae la Noche (bajo las alas del dragón) — El Hobbit fanfiction 20qymi9

Capítulo I: Acecho


Despierta…

El sol ya se ha puesto; es hora de que te muevas, maldita.


Abres los ojos. Apenas hay luz procedente del ocaso filtrándose por la espesura del bosque. Te pasas una mano por el rostro para desperezarte, y te vienen a la mente destellos de las últimas horas: el grupo de enanos dejando atrás la Comarca ajenos a todo, el orco despistado que mataste cuando se separó de la horda, su sangre negruzca manando descontrolada por el lindo tajo que le practicaste en el gaznate…

¡Espabila! Y no remolonees. Tienes que rastrearlos, ahora que ellos estarán descansando.

Te levantas ya con el ceño fruncido y con cara de pocos amigos, si es que alguna vez en tu vida has tenido alguno. Vuelves a hacerte una coleta alta, trenzándola después, relajando los mechones delanteros para que no acaben cayendo anárquicos sobre tu rostro. Es la única forma que tienes de domar tu melena ondulada, ligeramente acaracolada, aunque das por imposible ese mechón que tarde o temprano se deslizará serpenteante entre tu ojo derecho y la nariz, rozando tus labios hasta alcanzar la clavícula.

Recoges la capa del suelo, que te ha servido de jergón y te la abrochas al cuello, ladeándola para que caiga hacia tu izquierda y así dejar expedita tu derecha. Sobre la capa, te colocas la esclavina de pelo de vulpeja negra y te cubres con la capucha de la esclavina. Su punta en forma de pico de águila ayuda a ocultar mejor tu rostro.

Compruebas que la escarcela sigue asida al cinturón, agarras el morral y te lo cruzas al lado contrario. Ya sólo quedan las armas.

Con el paso de los años, les has cogido cariño. Sabes que no deberías, pues tarde o temprano éstas te abandonan, si no las pierdes en una refriega, se quiebran tras la enésima vez que las afilas.

Te tomas tu tiempo acariciando el filo de esa guadaña que has ido modificando hasta adecuarla a ti como si fuese otra extensión más de tu cuerpo, viéndote en su reflejo.

Ahí está otra vez, esa sonrisa aviesa, amenazante; mostrando a través de la comisura derecha de tu labio, que levemente se alza inmisericorde, uno de tus colmillos superiores. ¿Por qué se les helará la sangre a tus víctimas con su mera visión? Seguramente no conozcas todas las razas que habitan la Ecúmene, pero apostarías tus altas botas de cuero negro a que no muchas tienen los colmillos tan desarrollados.

Los orcos y trasgos no cuentan, sus prominentes colmillos inferiores les confieren un aspecto estulto, al menos a tu juicio. Aunque has visto el más atávico terror reflejado en el rostro de los humanos cuando eran exterminados por esos engendros, y supones que a ellos sí deben de darles miedo.

Te estás demorando.

Te embozas con un pañuelo para tapar boca y nariz.

El sable de estrecha hoja de corindón negro ligeramente curvada, con guarda de plata y empuñadura de marfil, que adquiriste en el Cercano Harad, compite con la guadaña por ser tu favorita. Aún recuerdas con quien lo estrenaste: ahogó una exclamación de asombro al notar la sangre fluyendo a borbotones de su garganta degollada. Te la calas a la espalda dentro de su vaina azabache. Coges tus dos gumías y las envainas en sus fundas a ambos lados de tus caderas.

Y echas a correr.

Se han estado moviendo más rápido desde que salieron de Hobbiton gracias a que ahora llevan monturas. Caminar no es lo que mejor se les dé con esas piernas tan cortas.

Nunca habías estado en esa región. Habías oído hablar de los Hobbits, aunque jamás los habías visto y la verdad, tampoco te interesaban. También los llaman medianos, y casi lo prefieres.

Se les ha unido uno. Hay que reconocer que el Istar sabe escoger. Un ser de menor tamaño que los enanos y de aspecto aún más aterrador si cabe. Ya puedes imaginarte la clase de estragos que causará entre las legiones de orcos…

Te das cuenta de que te estás riendo sola, ¿verdad? Menos mal que no te ve nadie, creería que estás perturbada.

¿Y no lo estoy? Converso mentalmente conmigo misma.

Y da gracias. Es lo que te mantiene cuerda.

Por fin los encuentras tras tres horas corriendo e intuyendo el camino que han seguido. Se han parado a pernoctar en un saliente rocoso. Mientras unos duermen, otros parecen mantener una charla despreocupada al calor del fuego, acompañada con dosis de adoración hacia su líder. Te preguntas si entre tanta adulación alguien se estará encargando de la guardia nocturna.

Sí, parece que un enano, que debe de tener una estrella de mar por espejo, hace como que vigila. Desde luego no muy bien, porque aparte de no percatarse de tu presencia, al otro lado del precipicio se encuentran un par de huargos con sus respectivos jinetes.

Huargos. Qué desperdicio de animal. Pudiendo haber devenido en una especie señorial e intimidante, los orcos la han degenerado. Ahora no son más que un nido de pulgas que babea constantemente, más parecidos a las hienas que a los lobos. Asco de evolución.

En fin, te tocará hacer el trabajo del tipo del peinado raro.

Te deslizas entre la escasa vegetación berroqueña sin apenas hacer ruido. Un salto de distancia y sigilo impensables para cualquier otra raza y te sitúas tras un canchal a espaldas de los huargos, que han percibido algo y voltean sus cabezas para comprobar, mientras uno de los jinetes ordena al otro avisar a sus congéneres.

Yo no contaría con ello.

Te impulsas con tu pie derecho sobre la roca y con un movimiento horizontal en arco de derecha a izquierda, decapitas a ambos con la guadaña. La sueltas en el aire para agarrar las gumías e hincarlas en las cabezas de los huargos, que ya habían iniciado el giro para encararte, y una vez ensartadas, las rotas para fracturar sus cráneos. ¿Hola? ¿Eso ha sonado a sandía madura estrellándose contra el suelo?

Continúas presionando las testas de los dos animales con las gumías hasta que escuchas su último y trabajoso aliento.

Rápido y más o menos insonoro. Indoloro no tanto.

Has ganado tiempo, los orcos tardarán en darse cuenta de que estos dos no regresan. Lo malo es que, si son algo astutos, empezarán a mosquearse, porque ya van unas cuantas bajas desde que empezaron a seguir a los enanos.

Bueno, ya te preocuparás por eso más tarde. Ahora tienes dos fiambres de orco con sangre fresca todavía rebosante por las carótidas. Aprovecharás algo al menos, ¿no? No es cuestión de andar desperdiciando con los tiempos que corren.

Una vez saciada, sacas de tu faltriquera una cajita metálica algo oxidada y extraes unas cuantas hojas de tabaco, que enrollas cuidadosamente. Chasqueas los dedos para encenderlo y das una profunda calada para que empiece a tirar.

Qué bien sienta un cigarro puro después de la cena.

Sin dejar de fumar, recoges del suelo la guadaña, que había caído unos pasos más allá que la cabeza de uno de esos bichos. Te acurrucas contra el peñasco que te sirvió de peana y disfrutas de las últimas caladas de la jornada, alargándolas para que duren lo máximo posible. Apagas el puro casi a la mitad y te lo guardas en un bolsillo que tu coleto tiene oportunamente a la altura del pecho para continuarlo en otra ocasión.

Desde allí vigilarás a la compañía el resto de la noche. A ver si con un poco de suerte no se meten en problemas... Putos enanos.

~~~~~ ··· ~~~~~

Ella se llama Nyxiræ. Esta noche anda ocupada observando su objetivo, pero aunque es bastante perspicaz y siempre está ojo avizor, hay determinadas cosas que escapan a su control. Por ejemplo, lo que sucede a millas de allí y es imposible que ella sepa, lo que hablan los enanos y ella no puede escuchar, lo que se dicen los dichosos elfos telepáticamente, lo no venido y lo pasado, o si Gandalf desaparece y no avisa a nadie.

Un primer detalle, en principio importante, es que ella pertenece a una raza oscura.

No como los Moriquendi, elfos oscuros que no vieron la luz de bla bla bla. No.
Se trata de una raza siniestra, de moral y ética disolutas y cuestionables; y muy inteligente.

Y aunque de momento lo pueda parecer, no es un vampiro, y no se alimenta de sangre (o al menos no exclusivamente) aunque sí la necesita para poder valerse de ciertas habilidades asociadas a su especie.

Un segundo detalle, a priori insignificante, es que ella cree que nadie de la compañía se ha percatado de su presencia, pero eso no es del todo cierto.
El mediano vio moverse mínimamente la espesura frente al precipicio, pero como no es Légolas ni ve con sus ojos de elfo, no le concedió importancia ni lo comentó con ninguno.

No obstante, ahora, pasadas las horas y de nuevo en camino, no puede quitarse de encima la inefable sensación de que algo los vigila.


Última edición por Erinia Aelia el Dom Ene 11, 2015 6:01 pm, editado 8 veces
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Mensaje por Capitán Simonini Dom Oct 05, 2014 7:04 pm

Me ha recordado a un prólogo típico de literatura fantástica. Me gusta. Pero yo juzgo muy mal, sólo hago preguntas y pongo pegas. Quizá te estimule.

Hay que ser atrevida para escribirlo en primera persona, ¿dices que es para mayores de 18? ¿Vas a meter introspección de un personaje que se va a mostrar malvado pero realista? ¿Escenas de sexo no tan gratuitas como a las que estamos acostumbrados? ¿Violencia que verdaderamente dé escalofríos? ¿Todo esto sin comprometer el mundo de Tolkien sino bebiendo directamente de él?

Y aquí está la pega innecesaria: Tu sable de corindón (rubí en bruto) se romperá rápido. Esos minerales son frágiles.

Estoy deseando leer la continuación.
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Mensaje por Erinia Aelia Dom Oct 05, 2014 8:38 pm

Hola, Capitán Simonini.
Antes de nada, gracias por dejar un comentario sustancioso :) Encantada de responderte.

En realidad está narrado en 2ª persona con incursiones de narrador omnisciente cuando sea necesario conocer todo lo que acontece, y no sólo desde la perspectiva de la OC.

Lo he catalogado para mayores por varias razones:
1. Voy a tratar de plasmar un mundo oscuro y violento (como creo que sería realmente la Tierra Media si nos atenemos a muchas descripciones de Tolkien, aunque él no fuese en exceso explícito al narrarlo). Y en ese crudo marco, procuraré al máximo no salirme del canon en cuanto a retratar personajes.
2. Se van a dar situaciones de torturas y asesinatos (aunque tardarán en llegar).
3. Efectivamente va a haber escenas de sexo (no gratuito como bien apuntas).
4. Intentaré cuajar todo ello con ironía, cuando no sarcasmo, que es posible que sólo tenga gracia para mentes adultas.

Por último, respondiendo a lo del corindón, lo cierto es que me fui directamente a la escala de Mohs y vi que era el segundo en dureza tras el diamante. No quería que fuera de acero, porque el mejor acero en la Tierra Media era el de los Noldor, y después cuando estos cayeron, el de los enanos, pero en el periodo en que se narra la historia era complicado que los primeros pudieran fabricar el sable, y los segundos son bastante herméticos con el resto de razas.
Conclusión, ojeé en google, sentencié rápido XD y como ves, lo hice mal. ¿Podrías sugerirme otro material maleable, duro una vez enfriado y resistente, que no sea el acero? Lo rectificaré enseguida.

Te reitero mis agradecimientos.
Nos seguimos leyendo ;)
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Mensaje por Erinia Aelia Miér Oct 15, 2014 9:51 pm

N. del A.:



~~~~~ ··· ~~~~~

CAPÍTULO II: IMPRECISO


Se barrunta tormenta.

Ya veo.

Empezará a llover antes de que amanezca, lo cual hará que los enanos se despierten y emprendan la marcha antes de lo previsto. Permanecerás aquí hasta comprobar la dirección que toman y después buscarás un recoveco en el roquedal donde dormir. Tres horas, sólo tres horas, pero debes cerciorarte de que es imposible ser descubierta y de que no albergas ninguna duda de hacia dónde se dirigen.

Los dos orcos.

Uno de ellos era de mayor graduación que el otro. Hacía tiempo que no usabas su lengua, pero tampoco es que haya evolucionado mucho desde que la aprendiste.

"Manda a decirle al amo/ que hemos encontrado a esa escoria de enanos". Rima y todo.

Recuerda: la última vez que viste la caterva de orcos fue hace dos días. Acababan de enterarse de que los enanos abandonaban la Comarca. Así, grosso modo, eran unos veinticinco. Sí, te sorprendiste de que encomendasen a una reducida cuadrilla de veinticinco acabar con trece enanos, armados y supuestamente bien entrenados, un Istar y un mediano (bueno, al mediano casi que ni lo contamos). ¿Veinticinco? ¿Sólo veinticinco? Puff, en serio, cada día se esfuerzan menos.

Ya, y esto lo haces por puro afán altruista, ¿no? Para ver si así desarrollan su intelecto.

En fin, réstales el gerifalte y el soldado que te cargaste anoche, y uno más que fue tan estúpido de separarse del resto para vete tú a saber qué.

Teniendo en cuenta dónde acamparon antes de enviar a sus exploradores, habrán contado con que estos estarían sin dar señales un día, día y medio a lo sumo, antes de traer noticias confirmando la posición de la compañía.

Pero si transcurrido dicho plazo siguen sin saber nada, habrás conseguido que su amo pierda la paciencia, que su huargo blanco se coma a algún que otro incompetente para dar escarmiento y que envíe una cuadrilla mayor (que tampoco es que sea el súmmum de la estrategia, pero como hasta el momento les viene funcionando, pues ¿para qué pensar más?), la cual también deberá mandar una avanzadilla; mas esta vez reduciendo al máximo el tiempo de espera entre recibir nuevas y pasar a la acción, lo que les obligará a acortar distancias a costa de la posibilidad de ser descubiertos por los enanos y eliminar así el factor sorpresa. Pero tampoco crees que ese detalle les importe demasiado.

En tal caso, calculas que podrían estar dándoles caza en otro día y medio como mucho, es decir, hoy no, mañana al mediodía.

Perfecto entonces, más o menos como habías planeado. Cuando se vean acorralados por cuarenta o cincuenta orcos con sus huargos, entrarás en escena para ayudarlos. Todo muy casual. "Oh, gracias por habernos salvado, anónima chica misteriosa. Te debemos la vida". Ingenuos...

Te empiezas a mover lentamente. Tras horas en la misma postura, tienes las articulaciones algo entumecidas. Acaricias la roca que te ha servido de respaldo. "Buen granito", te habría dicho tu padre de encontrarse aquí. "Cuarzoso. No se altera tanto con la humedad." Dedicas un instante a echarlo de menos. No hace mucho que os visteis por última vez, aunque para ti el paso del tiempo es relativo.

Echas un ojo al otro lado del precipicio. Ahora se está encargando de la guardia un enano con obesidad mórbida, pero como si no. Está más de sueño que de vigilia. Sacudes la cabeza con una media sonrisa impotente. Si su líder estuviera al tanto, la reprimenda iba a ser peor que un día sin pan, que supones que para alguien tan gordo debe de ser algo así como una tortura del Tártaro.

Has tenido tiempo de analizarlos y casi todos parecen curtidos en las lides de la guerra, pero a otros en cambio te preguntas por qué diantres les han permitido unirse. Deben de tener capacidades ocultas que no habrán podido pergeñar aún, porque de otro modo te resulta incomprensible.

Como bien has predicho, ha empezado a llover, despertando a los aletargados enanos (rollizo incluido). Si conoces algo a su jefe, en unos cinco minutos estarán de nuevo sobre los ponis.

Aprovechas para hacerte con algunas de las armas que los dos orcos de anoche ya no van a necesitar. Veamos. Dos espadas de acero del malo, más bien hierro, una guja y cinco facas herrumbrosas. Hmm, podrías cargar con una de las espadas o con la guja, y con dos de los cuchillos, los cuales ajustas a tu cinturón a falta de vaina mejor. Total, seguro que pronto te desharás de ellos.

Agachada tras unos matorrales, observas a la compañía dirigirse hacia el Estenordeste.

¿¿Qué ha sido eso??

¿Qué? ¿El qué?

El mediano. ¡Te ha visto!

No. Es imposible. Hay mucha distancia y estoy agazapada entre la maleza.

Te estoy diciendo que te ha mirado a los ojos. Por un breve instante, un pestañeo, sus ojos se han cruzado con los tuyos.

De ser así, habría seguido escudriñando para confirmarlo, o habría hecho algún gesto para avisar a sus compañeros. Pero no, míralo, continúa como si nada montado en su poni siguiendo al resto.

Está bien, como quieras; pero yo que tú permanecería alerta. No te conviene que dé la voz de alarma en el momento menos oportuno.

~~~~~ ··· ~~~~~

Bilbo se desperezó cuando empezó a notar un fino velo de agua sobre su cara.

Todos los enanos (sí, también Bombur) comenzaron a despertarse casi al unísono, y Thorin dio una escueta orden de retomar la marcha en cuanto las monturas estuviesen listas. La lluvia había conseguido despertarlo de mal humor, escamoteándole un cuarto de hora de sueño por lo menos.

Bilbo se dirigió a su poni y le acercó una manzana al hocico, que el animal no pudo despreciar. Mientras lo ensillaba, en su cabeza iban y venían destellos de lo que su imaginación había recreado sobre lo que le habían relatado esa noche acerca de la batalla de Azanulbizar: el Pálido Orco, la cabeza del rey Thrór rodando ladera abajo, el brazo izquierdo de Azog saltando por los aires tras ser rebanado por Thorin… Estas dos últimas visiones le arrancaron un escalofrío que hasta el poni pudo notar, haciendo que diera un respingo. Procuró tranquilizarlo antes de montar en él (con cierta dificultad, pues esta vez Kíli y Fíli no lo habían ayudado a subirse).

La mayoría de los enanos ya se encontraba descendiendo por la estrecha trocha que salía del relieve que los había guarecido esa noche. Espoleó su montura para que siguiera a las demás y dedicó un último vistazo más allá del precipicio, donde antes de dormir le pareció haber visto algo.

La lluvia arreciaba conforme avanzaba el día, y envolvía a los enanos en un ambiente de decaimiento. Nadie hablaba salvo para quejarse del diluvio entre dientes, y Bilbo tenía un desasosiego continuo martilleándole el cerebro. Un pensamiento incorpóreo, indefinido, que no llegaba a desentrañar, pero que le estaba enervando lentamente.

Unos ojos, unos intensos ojos ambarinos —ora cristalinos, ora traslúcidos—, se posaron de repente en su mente. Rodeados de un pelaje brillante entre violeta y azul oscuro casi negro. Instantáneamente lo asoció a la ilustración de uno de los libros sobre fauna y flora que atesoraba en su añorada biblioteca: una pantera. Un felino del sur, de hábitos arborícolas. Eso era lo único que podía recordar del pasaje descriptivo que acompañaba al grabado, el cual representaba a la fiera en actitud ofensiva, con el morro arrugado mostrando las fauces y los ojos ligeramente entrecerrados observando de frente, como si hubiera fijado su presa.

Del sur. ¿Qué hacía uno de esos animales tan al Noroeste, en Eriador? No, no podía ser que hubiese visto una pantera. Pero entonces, ¿qué había visto?

Si seguía comiéndose el tarro con la idea, sólo conseguiría que le diese un dolor de cabeza, y la jornada se presentía larga como para encima añadirle una migraña.

En ese momento, Dori suplicaba a Gandalf que hiciera algo para detener el aguacero, y Gandalf le espetó que se buscase otro mago, a lo que Bilbo aprovechó para preguntarle por los miembros de su orden, iniciando así una conversación que buscaba distraerle de sus divagaciones.

Pero la imagen difusa de aquellos ojos se grabó inconsciente e irremediablemente en su memoria.

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Mensaje por Capitán Simonini Jue Oct 16, 2014 3:11 pm

¿Pantera y elfo oscuro? ¿Guenhwyvar?
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Mensaje por Erinia Aelia Lun Nov 03, 2014 10:07 pm



~~~~~ ··· ~~~~~

CAPÍTULO III: CONTACTO


Despierta.

Ya has dormido suficiente. No ha dejado de llover y si han cambiado de rumbo, te costará más encontrar su rastro.


Abres los ojos. La pequeña oquedad donde te refugiaste para dormir se ha encharcado, mojándote las botas y empapando tus ropas. Una cortina de agua continúa descargando desde el cielo. No te preocupas de secarte, es tontería mientras siga lloviendo, pero elevas instintivamente la temperatura de tu cuerpo para mantenerte caliente. Los climas fríos nunca fueron de tu agrado.

Te vuelves a calar la capucha y a embozar con el pañuelo. Haces acopio de armas (al final te decantaste por la guja en vez de por la espada orca) y sales a la intemperie.

Ni rastro de enanos ni de orcos.

En cuatro saltos estás abajo, en la senda pedregosa que les viste tomar, y arrancas a correr para alcanzarlos. Cada cierto tiempo, deceleras para asegurarte de que continúas por buen camino.

Mediodía. Ha dejado de llover.

Los orcos deben de haber enviado ya la nueva avanzadilla.

Decides salirte del sendero por si acaso. No es que temas que te vean, en realidad se te da un ardite. Pero no conviene que sea muy obvio que tú también persigues el mismo objetivo.

Deberías ir pensando en comer…

Haces un alto en la verde llanura para otear en busca de algún animalillo que llevarte a la boca. Atisbas una pequeña liebre que roe con ansia un tubérculo. No está demasiado lejos y está de espaldas a ti. Te llevas la mano a tu cadera derecha y despacio desenfundas tu gumía, entretanto con idéntica calma te vas agachando para ocultarte entre la hierba alta. Respiras. Sujetas la gumía como si fuera una espada en vez de un cuchillo, la sopesa un par de veces mientras compruebas cuán favorable te será el viento, y la lanzas.

Diana.

Saltas hasta donde ha caído el lebrato antes de que se desangre y aprovechas la escasa sangre que pueda aportarte. Cargas con su cuerpecillo hasta una fresneda cercana, no quieres comer en la planicie, el fuego se advertiría claramente.

Entre los árboles recoges unos cuantos cantos rodados y formas un pequeño círculo que rellenas de hojarasca. Acercas tus dedos y los chasqueas para prenderla.

Fuego.

Te tirarías horas mirándolo, jugando con las llamas, atesorándolo entre tus manos para que nunca se apagase, dibujando en él figuras oníricas. Pero ahora no. Ahora te va a servir para cocinar a la desdichada liebre. Requiescat in pace. Aunque no lo llamarías cocinar cuando no puedes ni aderezarla con unas tristes hierbas o con aceite. En fin, por peores cosas has pasado que por un insípido lebrel.

¿Y si te dejas de sobremesas y los encuentras de una vez?

Ay, a veces no me aguanto ni yo…

Y no olvides eliminar el rastro de la lumbre.

Cae la noche y divisas una estrecha columna de humo tras una colina. Tienen que ser ellos. Aminoras tu paso y observas la orografía a tu alrededor para elegir desde dónde vigilarlos.

Vaya, parece que el Istar se aleja malhumorado. Menuda joya el Thorin. Debe de ser un tipo seco, cortante y bastante cabezota. Fácil de tratar, sin duda.

Pues más o menos como tú, entonces.

Puedes percibir el olor del estofado que se están comiendo, haciendo que te suenen las tripas. Debes de tener ya la liebre en los pies y vuelves a sentir hambre, pero te contienes porque algo no te huele bien, y no es el guiso, precisamente.

Los dos jóvenes que parecen hermanos, y que se encargaban de guardar las monturas, se han despistado buscando a saber qué entre las ramas de los árboles cercanos, y has visto cómo un trol se llevaba a dos de sus ponis.

Esperas que se dejen de jueguecitos y se centren, porque el trol no tardará en volver para llevarse más. Dos jamelgos no lo van a contentar, y encima estos gigantes no suelen viajar solos.

Te arriesgas a acercar tu posición a su campamento para mantenerte al tanto de sus movimientos. Malditos enanos, qué noche no se meterán en problemas.

Te encaramas a un haya cercana a las que el trol ha derribado en su torpe retirada. Los dos enanos y (oh, sorpresa) el mediano andan inspeccionando el rastro y se percatan de que efectivamente el bicho ha ido a por más rocines.

Esto se pone interesante. A ver qué diantres hacen. No crees que a su jefe le haga mucha gracia perder sus monturas, pero por no aguantar una merecida bronca suya serán capaces de enfrentarse los tres solos a un trol, o a varios.

Premio a la idea del día: enviar al mediano a recuperar los caballos.

Te llevas una mano a la cara con una suave palmada. Exasperante. Cuando parece que no pueden sorprenderte más, lo logran de nuevo. Al menos el mediano juega con la ventaja de la agilidad que le confieren sus dimensiones reducidas frente a la lentitud de movimientos típica de los trols. Confías en que eso sea suficiente, sino para traer de vuelta a los ponis, al menos para que salga indemne de ésta.

Permaneces subida a la copa del árbol lo que te parece una eternidad, que también se la ha debido de parecer a los demás, porque ahora corren en tropel armas en mano hacia donde se perdió el mediano.

Genial. Toca seguirlos. Y encima van los trece, o sea que ninguno se ha quedado en el campamento por si el mago regresa. Esto mejora por momentos.

Saltas de una rama a otra, aproximándote a un claro desde donde ya se oye la trifulca. El grupo ha entrado a saco y sin miramientos, y tres trols les hacen frente como pueden. Bueno, parece que no va a pasar a mayores, los trols están en clara desventaja y hasta te parece que los enanos estén disfrutando de la poca guerra que les dan. Te repantingas en una rama frondosa y contemplas la pelea fijándote en cada detalle: qué técnicas de lucha emplean, qué armas maneja cada cual, cómo los trols atrapan al mediano…

…Mierda.

Deseas que su líder sea lo suficientemente sensato y frío como para no arriesgar la vida del resto de sus compañeros por un simple hobbit, pero no se cumple. ¡Ay! Nunca entenderás a estas razas. Se empeñan en desdeñar la lógica aplastante.

Esto se está poniendo feo. Deberías intervenir.

No. No voy a terciar para convertirme en su niñera. Esperaré. El Istar estará al caer.

Nyx, los van a cocinar a la brasa. Tienes que intervenir.

Esto no estaba en el plan.

Me da igual que no estuviese en el plan. No puedes confiar todo a que el viejo aparezca mágicamente y los salve. A este paso ninguno va a llegar a mañana, mucho menos a Érebor. ¡Debes intervenir ya!

¡¡Jo-der!! ¡Condenados enanos!

Te dejas de imprecaciones y con la guadaña en tu izquierda y la guja orca en tu derecha, saltas de la rama cayendo de pie, rodillas flexionadas, cerca de la hoguera. Con un imperceptible movimiento de tu cabeza, ordenas al fuego que se vaya apagando. En ese momento, los trols estaban prestando atención al mediano, que les estaba sugiriendo no sé qué de unas especias, pero ya te han visto y lo dejan de lado para abalanzarse sobre ti. Uno a uno. Qué considerados.

Aprovechas que el primero levanta sus brazos dejando el vientre libre para segárselo profundamente con la guadaña, y giras hacia tu izquierda soltándola, para no acabar enrollada en sus intestinos, que empiezan a desparramarse fuera de su cuerpo, pese a los esfuerzos del gigante por contenerlos con las manos.

Uno menos.

Los otros dos se han quedado unos instantes desconcertados ante la crudeza y rapidez de tu primer ataque, pero el estupor les dura lo justo. Uno de ellos (el que menos piensa) arremete contra ti, pero tú ya te has encaramado al improvisado espetón del asador donde están amarrados unos cuantos enanos. Procurando no pisarlos, pirueteas en el aire esquivando las pringosas manos del gigante y empleas el final del espetón como plataforma para dar un salto a gambeta y caer en el trapecio de la espalda del trol que había permanecido más indeciso, y que por supuesto no se lo esperaba. Le hincas con todas tus fuerzas la guja orca entre la cerviz y el occipital, (¿dónde les empieza el cuello a estos bichos?).

Se inclina cayendo de rodillas y esputando sangre, pero ha muerto en el transcurso, terminándose de desplomar.

Ya van dos.

Sabe que va a morir. El último sabe que va a morir, lo ves en sus pequeños y mezquinos ojos. Dudan. ¿Negociar? ¿Arremeter?

Mientras se lo piensa, con algo de esfuerzo extraes la guja del cuerpo del trol sobre el que aún estás subida y te bajas con calma.

Recuerdas dónde arrojaron los trols las armas de los enanos cuando los capturaron. Miras soslayadamente hacia allí y ves el arco que suele usar uno de los jóvenes. No es tan grande como los élficos pero es más robusto. Se te pasa una idea por la mente. Un experimento un tanto teatral pero interesante de ejecutar si se terciare.

—Decide. —Se lo dices en un volumen alto para que te escuche por encima de tu embozo, pero sin gritar ni mirarle a los ojos, pues, mientras, estás partiendo el mango de madera de la guja con la rodilla, de modo que sea más corta y manejable. En tu cabeza tienes localizado el arco y estás calculando la distancia a recorrer para alcanzarlo y el tiempo que te llevará. Poco, muy poco.

El trol sigue dubitativo unos segundos, todavía impactado por cómo has acabado con sus dos compañeros, a cuyos cuerpos dirige furtivas miradas, intercaladas con las que te dedica a ti.

—Muy bien.

Echas a correr hacia la pila de armas, lo que provoca que el trol reaccione e inicie la carrera hacia ti, pero tú ya te has hecho con el arco, que estaba en un lateral del montón. Te tiras espalda a tierra, asentando tus pies separados a ambos lados del maneral del arco y colocando entre ellos la guja a modo de flecha en la cuerda. La tensas trayéndola con tus dos manos hacia tu pecho mientras apuntas al trol que ya está casi encima, y sueltas.

Directa al esternón.

El trol retrocede un paso por el impacto, pero no está rematado, la moharra sólo se le ha clavado a la mitad. Te desembarazas del arco y te pones de pie. El trol pretende arrancarse la guja del pecho.

Ni hablar, amigo.

Das un giro en el aire y golpeas con los talones la punta del mango de madera, hundiéndole completamente la hoja.

Respiración trabajosa, tambaleo, caída de espaldas y estertor.

Parece que ha durado una edad pero no habrán transcurrido ni cinco minutos desde que estabas subida al árbol y, en ese tiempo, ninguno de los enanos ha emitido un solo sonido.

Ahora estás ahí de pie, junto a los despojos del último trol, y notas las miradas de todos (bueno, de casi todos, algunos de los que están en el asador no tienen perspectiva para verte) fijas en ti, digiriendo lo que acaba de ocurrir. Deberían prorrumpir en risas y alborozo. ¡Están vivos! Pero al igual que el tercer trol, pasean su vista sobre la carnicería que has provocado.

Suspiras, no crees que haya sido para tanto. Estás convencida de que habrán visto escenas más viscerales y sádicas que ésta.

Avanzas hacia el mediano, que sigue de pie, atado dentro de su saco. Estaba hablándole a los trols cuando tú apareciste de la nada.

Un hobbit. Es la primera vez en tu extensa vida que observas a uno de esos seres de cerca. Él te examina con desconfianza: no está seguro de si eres amiga o enemiga. Bueno, tú tampoco estás muy segura de ello.

Te acercas aún más a él con curiosidad, totalmente erguida para comprobar hasta dónde te llega. Sitúas la palma de tu mano encima de su cabeza (él la agacha levemente, extrañado) y con un gesto en paralelo hacia tu cuerpo, ves que te llega más o menos hasta el diafragma. Y sueltas una risita divertida pero sin malicia, debe de medir unos 4 pies. Más parece una mascota que lo que quiera que pinte en la compañía, aunque vete tú a saber, a lo mejor sí que hace de mascota.

Parece molesto por ser el objeto de tu interés, o también puede que sea por tu sutil burla sobre su estatura, pero te da bastante igual, todavía tiene el susto en el cuerpo como para atreverse a proferir queja alguna.

Te agachas con una genuflexión para ver su rostro de frente, a su altura. Vaya, parece que le han impactado tus ojos, y eso que entre la capucha en pico de águila y el mechón rebelde tampoco se deben de ver completamente. Los suyos son verdes. Muy bonitos por cierto. Si fuese de tu raza, sería un nicrón de agua con cierto atractivo pero sin belleza objetiva.

Y si tuviera ruedas, sería una carreta…
Venga, espabila. ¿Te vas a quedar ahí parada hasta que amanezca o vas a terminar de una vez?

Sacas una gumía de su funda, causando un sonido metálico que altera al mediano. Mira al cuchillo y luego a ti con ojos implorantes. ¿Qué? ¿Se piensa que lo vas a matar? Bueno, la verdad es que no pruebas bocado desde la liebre de a mediodía y… ¡Que no! Tampoco te urge tanto, joder, ¿en qué estás pensando? Acaba de una vez y lárgate de aquí.

Desgarras el costal. Por suerte sigue vestido y no en calzones como los que se iban a comer primero. Rasgas sus ataduras y le entregas la otra gumía.

—Ayúdame a liberar a tus compañeros.

Asiente sin decir nada y se encamina al que tiene más cerca. Tú te diriges al jovencito que te ha “prestado” el arco. Se había agitado inquieto dentro de su saco cuando percibió la posibilidad de que te cargases al mediano, pero enseguida se tranquilizó. Es mono. Diferente. No parece tanto un enano. En fin, sacudes la cabeza para quitarte de encima esos pensamientos y rajas su fardo.

—Eras tú la pantera que nos vigilaba la otra noche, ¿verdad? —Oyes al mediano preguntarte.

—¿Cómo dices?

Todo pasó muy rápido.

Mientras te girabas para responder al hobbit, el enano al que estabas ayudando, ya desembarazado del saco pero con las muñecas aún atadas, te ha bajado el embozo para verte la cara. Tú lo has mirado atónita por el inesperado atrevimiento, con la boca semiabierta, suficiente para que se apreciasen tus colmillos. Él, por supuesto, ha reparado en ellos y ahora te mira ojiplático e inquisitivo, con seria preocupación en el rostro.

Y más que te vas a preocupar, capullo.

Con la misma gumía que habías empleado para liberarlo, le presionas el cuello, debajo de la mandíbula, apretando los dientes y enseñándole furibunda tus caninos. ¿No querías verlos? Pues míralos. ¡Míralos bien! Porque será lo último que veas en tu vida.

—¡¡NO!! —Oyes gritar con rabia al líder, revolviéndose en su costal, luchando por desasirse de él, intentado arrastrarse desesperadamente hasta donde estáis el muchacho y tú—. No, por favor. —Y ahora con súplica. Puede que sea la primera vez en su vida que ese hombre suplique algo.

Sosiégate, Nyx. Suelta al chico.

Respiras. Relajas la mano que sostiene el cuchillo y te alejas con cautela, advirtiéndole con tus ojos de que no haga ningún movimiento sospechoso.

—Creo que ya podéis valeros solos.

Y dicho esto, le arrancas tu otra gumía de las manos al mediano y vas a por tu guadaña que estaba tirada en el suelo. Te vuelves a embozar lanzándoles un último vistazo y sales corriendo.

Ellos creen que no te van a volver a ver.

No saben lo equivocados que están.
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Tempus fugit, memento mori.

Lo reconozco, soy una rara avis.

Adoro la Literatura con mayúsculas. Me gustan muchos libros, quizás demasiados. Escritores preferidos: están todos muertos XD (venga, no, Pérez-Reverte aún vive :P) Puede decirse que, por lo general, rehúyo cualquier saga literaria contemporánea con sello de best-seller. Sí, exactamente ésas en las que estáis pensando. No me odiéis por ello U-_-
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Long Fic Re: Cae la Noche (bajo las alas del dragón) — El Hobbit fanfiction

Mensaje por Erinia Aelia Mar Dic 02, 2014 8:01 pm

N. del A.::



~~~~~ · ~~~~~

CAPÍTULO IV: SOMBRÍA


Gandalf apareció mágicamente, pero ya no había mucho más que hacer. No obstante, el encontrarse a la mayoría de los enanos o bien aún en sacos o bien a un espetón atados, le hizo figurarse parte de lo que acababa de ocurrir.

Eso, y los cadáveres de los tres trols, a cuál más en peor estado.

—¿Alguien puede decirme qué es lo que ha pasado aquí? Y no es que dude de ti, Bilbo, mi querido amigo, pero no creo que hayas sido tú el que ha acabado con los trols, aunque seas casi el único que no esté envuelto a granel.

—Apareció de la nada —se apresuró a contestar Glóin, con su marcado acento.

—Cuando el hobbit estaba distrayendo a los trols, saltó de forma increíble hasta detrás de la hoguera y empezó a matarlos uno por uno —apostilló su hermano Óin, arrastrando mucho las erres.

—¿Quién saltó?

—¡Esa horrible criatura! —escupió Thorin mientras era ayudado por Bilbo a librarse del costal.

“Tan horrible no era”, pensó fugazmente Kíli, pero el recuerdo todavía reciente del cuchillo curvo en su garganta le disuadió de compartir públicamente ese pensamiento.

—¿Qué criatura? —inquirió Gandalf.

—Que te lo digan Bilbo y Kíli, que fueron los que la vieron de cerca —sugirió Dwalin antes de caer sobre los rescoldos gracias a la intervención de Fíli, el primero al que liberó el mediano.

Gandalf los miró a ambos en demanda de respuestas. Bilbo se giró hacia él sin dejar de desanudar las ataduras de Thorin.

—Bueno, aunque al principio en el caos de la pelea me pareció un hombre (algo delgado y nada corpulento, eso sí), después me cercioré de que era una mujer, pero con la capucha y el embozo no pude verle el rostro.

—¿Una mujer? ¿Sola? —Se sorprendió Gandalf—. “Me resulta extraño. Quizás una elfa...” —susurró para sí pensativo.

Algo no le terminaba de encajar.
El modo en que yacían los trols indicaba rigor, los tres habían muerto por una sola laceración, ya fuera en el abdomen, en la nuca o en el pecho. Pocas razas en la Tierra Media poseían semejante precisión técnica; sin embargo, y aunque había un asentamiento elfo cerca de allí, Gandalf estimó improbable que una elfa solitaria anduviera de noche rondando por ese bosque sin valor estratégico.
Y la hoguera, la hoguera que por su tamaño debería haber continuado ardiendo y de la cual ahora sólo quedaban exánimes brasas entre los gruesos leños. Ese detalle que los enanos ni percibieron, le escamaba profundamente.

Se acercó al trol más próximo al cúmulo de armas y le arrancó con dificultad la guja del torso.

—Es un archa orca. ¿Estáis seguros de que era una mujer?

Un estremecimiento general sacudió brevemente a los enanos. Sencillamente era imposible que un orco les hubiese ayudado; más bien los habría rematado.

—No, aquello no era un orco, pero tampoco una mujer. Le vi los colmillos cuando estaba a punto de degollar a Kíli —respondió Thorin; su voz calma se tornó ronca y grave, con un poso de angustia e ira.

—¿Colmillos? ¿Pero de qué estáis hablando? ¿Y me estáis diciendo que primero os salva de tres monstruos pero luego no tiene reparos en intentar mataros? No tiene ningún sentido. —Pero sí lo tenía. Gandalf empezaba a hacerse una idea de lo que podía ser aquella criatura, y no le gustaba lo más mínimo—. Kíli, cuéntame exactamente qué pasó, y no escatimes detalles.

Kíli remoloneaba ayudando a Balin para evadir la pregunta. Estaba avergonzado de que su impetuosidad casi le costara la vida de una forma tan ruin, atado como un cerdo en el matadero. Estaba avergonzado de haber provocado que su tío, que nunca se había doblegado por nada, hubiese tenido que suplicar por su vida retorciéndose en un mísero saco sin la oportunidad de blandir siquiera una espada.

—¡Kíli! —le exhortó Gandalf.

—¡No sé por qué lo hice! —se escudó—. Bilbo le preguntó algo sobre un tigre o una pantera y cuando se volvió a responderle, yo le quité el pañuelo que le cubría la cara. —Hizo una pausa y rememoró el rostro de la muchacha. Un escalofrío.

—¿Y…? —El mago empezaba a perder la paciencia. Quería pruebas que ratificasen la hipótesis que había comenzado a elucubrar en su cabeza.

—Tenía los colmillos largos y afilados, como los de un lobo.

Gandalf calló un instante. Ese dato confirmaba la práctica totalidad de sus temores. —¿Y no viste ningún otro rasgo que te llamara la atención? —preguntó con la vana esperanza de que un último detalle echara por tierra sus cábalas.

—Sus ojos —interrumpió Bilbo—, sus ojos eran brillantes, como si emitieran luz o la reflejasen, con multitud de vetas más claras que el fondo.

—¡Sí! —se apresuró a afirmar Kíli—. Le brillaban los ojos. Eran amarillos. “Nunca había visto unos ojos así” —pero esto último tampoco lo dijo en voz alta.

Ya no albergaba ninguna duda. Gandalf se quedó clavado en el sitio, sostribándose en su bastón.
¿Por qué? ¿Qué es lo que había movido a esa criatura a salvar a los enanos? Su raza era neutral a la par que cruel. No se inmiscuían en asuntos ajenos e, inclementes, mataban por necesidad: necesidad de sangre, necesidad de mantenerse en secreto, necesidad de conocimientos... Lo que significaba matar mucho. Aislados de las otras culturas, cuyas conductas sociales obviaban, no sentían lástima o admiración por ninguna otra especie más allá de la que pudiera inspirar la sabiduría que éstas acumulasen. De ahí que, aun considerándose una raza sombría, despreciasen a la mayoría de seres malignos (orcos, trasgos, trols…) por considerarlos inferiores intelectualmente. Pero en realidad, debido a su exacerbado hermetismo, se sabía muy poco de los de su género, y lo poco que Gandalf sabía, era que debían temerlos.

—¿Y a qué venía la pregunta que le hiciste? —Quiso saber Fíli desde el otro lado de la improvisada barbacoa. La recordaba porque se encontraba junto a Bilbo cuando éste la formuló.

—¡Ah! Por nada. Es que la noche anterior me pareció ver una especie de gran felino de ojos ambarinos y pelaje oscuro, como con reflejos violáceos, entre la maleza frente al precipicio. Habría jurado que era una pantera, pero no podía ser estando tan al norte, ¿no? —Quería restar trascendencia a esa información. Presentía que se había equivocado al no comentarlo en su momento.

—¿¿Estás insinuando que sabías que ese ser ha estado vigilándonos desde hace días y no has dicho nada?? —gritó Thorin colérico. Tenía claro que la incorporación del hobbit a la compañía no había sido una decisión acertada, pero ahora estaba seguro de que su ineptitud también podía llegar a costarles caro. La vida.

—N-no le concedí importancia. Estábamos en plena naturaleza, creí normal que hubiera bestias alrededor —se defendió Bilbo, pero bajando el volumen y la seguridad en su respuesta a medida que ésta escapaba de su boca. Se estaba dando cuenta de cuán necio había sido. No estaba en una excursión por el parque, estaba en una misión capital para sus compañeros, y lo más probable es que hubiera gente con interés en sabotearla.

Gandalf se interpuso entre Bilbo y Thorin para que este último no continuase increpándole por su descuido. Ya no tenía solución que el mediano hubiese visto tal o cual cosa y no hubiese avisado, y seguro que había aprendido la lección.

—Si esa criatura nos ha estado siguiendo, no dejará de hacerlo ahora aunque se haya descubierto. Tarde o temprano volverá a aparecer, y tendremos que estar preparados. Porque si es lo que creo que es, os aseguro que no hay forma humana de acabar con ella. Sólo disuadirla de que no somos lo suficientemente interesantes como para que se entretenga con nosotros, y esperar que no nos mate por ello —sentenció el mago, revistiendo sus palabras de un tono lúgubre que a los enanos se les antojó tremendista y exagerado. Ni que se tratara de un Balrog…
Porque… no podía tratarse de un Balrog, ¿verdad?
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Long Fic Re: Cae la Noche (bajo las alas del dragón) — El Hobbit fanfiction

Mensaje por Erinia Aelia Dom Ene 11, 2015 6:08 pm

N. del A.:



~~~~~···~~~~~

CAPÍTULO V: INMINENTE


No puedes aguantar la respiración eternamente.

En realidad nunca lo has intentado. Sería interesante saber si sigues siendo inmortal sin respirar. Sabes que no respiras lo mismo que hombres, orcos, enanos y demás mortales. El hecho de que ellos respiren oxígeno los mantiene vivos y los condena a la vez. Su cuerpo se oxida lentamente tras cada exhalación y eso les conduce irremediablemente a su muerte, pero es evidente que si dejasen de respirar, morirían igualmente. Qué paradoja.

Allá tú con tus experimentos, pero como no salgas pronto de esta pocilga, acabarás oliendo igual que ella.

Los trols no se desplazan durante el día, por lo que ocupan cuevas hasta que llega la noche, y en ellas se dedican a reunir un variopinto surtido de cacharros inservibles con objetos interesantes. Tardaste poco en encontrar la caverna, y efectivamente el olor era insoportable al principio y sigue siéndolo ahora. No te vas a acostumbrar a él por mucho que permanezcas en ella, de modo que aguantas la respiración mientras la recorres en busca de algo que te pueda ser de utilidad.

Nada más entrar, una montaña de monedas doradas te dio mejor bienvenida que ese primer impacto pestilente. A los de tu especie no os suelen interesar los tesoros ni las riquezas materiales, más que nada porque no les dais uso, pero es cierto que si tu plan continúa como lo trazaste, cuando te integres con los enanos, tendrás que asumir sus costumbres, y ello exigirá que pagues por aquello que te interese.

Te haces con un puñado de monedas que metes en un bolsillo interno del morral y prosigues tu inspección ahora que tus ojos ya se han adaptado a la oscuridad.

Espadas élficas de buena factura. Inmejorable, dirías. No te decantas aún por llevártelas. Aparte de que para tu gusto ya cuentas con demasiadas armas entre la guadaña, el sable haradrim, las gumías y los cuchillos orcos, no dudas de que los enanos o el mago pasarán por aquí a echar un vistazo y seguramente a ellos les harán mejor servicio.

Deben de ser muy antiguas, de Gondolin o Menegroth, así que renuncias a ellas con lástima. Pero sí que te vas a llevar unas estrellas metálicas que hay esparcidas en el suelo junto a las espadas. Venid con mamá.

Esas pequeñas cuchillas arrojadizas de hojas afiladas y punzantes pueden ser muy útiles para disuadir a media distancia. Coges cinco y las ensartas en el poco hueco libre que queda en tu cinturón de cuero, con cuidado de que queden bien sujetas a él y a la vez siga siendo fácil y rápido echar mano de ellas.

Me parece que pronto te vas a tener que "comprar" otro cincho. Éste ya está en las últimas.

Sales cauta de la cueva agradeciendo una bocanada de aire fresco y es entonces cuando lo ves. Él no te ha visto a ti porque no tiene ángulo.

El rastreador orco sobre su huargo. Ya era hora.

Debe de haber divisado la columnilla de humo del desatendido campamento enano y se ha adentrado en el bosque para concretar la posición de la compañía.

Está lo suficientemente cerca como para probar la efectividad de tu nueva adquisición. Apuntas a la sien y ¡blanco! Tiene el tiempo justo para procesar la información de que está muerto y caer de su montura.

El huargo se percata de la falta de jinete y, al no encontrar nadie a quien atacar, sale huyendo en la misma dirección por la que vino.

Derecho a la horda. Cuando vean al lobo sin el explorador, darán por sentado que los enanos lo han eliminado, y sólo tendrán que seguir al animal de vuelta para que les indique dónde se hallan.

Te acercas al orco y le extraes la estrella del cráneo. Lo pones boca arriba y desabrochas su rudimentaria armadura para, con uno de tus cuchillos orcos, practicarle una perforación en el pecho a la altura del cayado aórtico y aprovechar el flujo de sangre que aún lo esté atravesando. Necesitas toda la que puedas consumir para disponer al completo de tus capacidades en las próximas horas, cuando entres en combate directo con los orcos para salvar de nuevo a los enanos.

Cuando terminas con él, lo arrastras con dificultad hasta unos peñascos para ocultarlo, pues has escuchado voces que se aproximan, buscando la cueva de los trols.

~~~~~···~~~~~

—Gandalf, entonces ¿qué era el ser que nos ayudó? —preguntó Fíli—. Nos has dejado intrigados.

—Yo creo que intentaba meternos el miedo en el cuerpo para que estemos más atentos —apuntó Ori con sorna—, pero todos sabemos que esa criatura no tendrá ninguna opción contra nosotros cuando empuñemos nuestro poderoso acero enano.

—Pues si nos vuelve a encontrar en tan enojosa situación, en calzones y sin poder echar mano de nuestras armas, más bien seremos nosotros los que no tengamos opción —le respondió Bófur para calmar el arranque de osadía e insensatez de su compañero.

—Gandalf, ¿qué era? —insistió Kíli ante el prolongado mutismo del mago.

El viejo había evitado responder las anteriores seis veces que le habían preguntado lo mismo. Temía que supieran demasiado sobre ella, puesto que los de su estirpe eliminaban a los mortales que llegaban a conocer de su existencia. A los elfos no los mataban por ese motivo, pues eran más antiguos, y por eso eran conscientes (al menos los individuos más vetustos) de toda raza que vino después, pero además parecía existir un pacto tácito de silencio. Vosotros no decís nada sobre nosotros, nosotros no os masacramos en masa.

—¡Gandalf! —Ahora era Bilbo el que presionaba.

—Nízrim —dijo escueto el mago—. Ése es su nombre en sindarin. Ignoro cómo se llaman a sí mismos.

—Nízrim —pronunció Bilbo pensativo. Kíli también lo repitió en su cabeza—. No suena aterrador ciertamente.

—¿Y cómo es que nunca hemos oído hablar de ellos? —inquirió Dori.

—Eso es, Señor Enano, porque asesinan a todo aquél que llega a saber lo que son —atajó Gandalf, esperando mantener a raya la curiosidad de los enanos; y lo logró.

En ese momento Kíli entendió el porqué del embozo. Si no le hubiese visto los colmillos, por lo poco que se podía apreciar de su aspecto, podría haber pasado por una mujer joven o una elfa con ojos y cabello un tanto peculiares; evitando así dejar un reguero de muertos por doquier cada vez que tuviera que exponerse en público. Pero ahora que había descubierto su secreto, y después de comprobar en carne propia cómo no había tenido reparos en amenazar con matarlo, tal como acababa de confirmar Gandalf, empezó a sentir un temor fundado por su vida.

—Tranquilo, Kíli. No permitiremos que te suceda nada —le dijo Fíli en confidencia, apoyando una mano sobre su hombro. Parecía haber adivinado lo que le pasaba a su hermano por la mente.

Llegaron a la cueva y lo primero que sintieron fue un hedor nauseabundo que conseguiría hacerles vomitar si prolongaban su visita en aquel lugar. No obstante, Glóin, Nori y Bófur lograron distraerse de él gracias a las mismas monedas de oro que en su mayoría Nyxiræ despreció. Y Thorin y Gandalf, gracias a las espadas forjadas en Gondolin por los altos elfos de la Primera Edad que convenientemente ella rechazó.

Cuando cada cual se sintió satisfecho con lo que el botín de los trols le había deparado, salieron al exterior. Gandalf tenía un regalo para Bilbo, ya que éste había permanecido fuera porque estaba seguro de que devolvería lo poco que le quedaba en el estómago del estofado de la cena si entraba, y no quería dar a los enanos más motivos para reprobarlo.

Toma, Bilbo, un abrecartas. Brilla y todo, así que úsalo con moderación.

—¡Algo se aproxima! —gritó Thorin.

—¡No os separéis! ¡Daos prisa! ¡Armaos! —comandó Gandalf.

Y en efecto, algo o alguien sorteando la ingente maleza, aunque pareciera imposible, les iba a dar alcance a gran velocidad.
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Tempus fugit, memento mori.

Lo reconozco, soy una rara avis.

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