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Dulce tentación [The Lost Canvas]

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One-shot Dulce tentación [The Lost Canvas]

Mensaje por Shaine Scarlet Miér Mayo 14, 2014 4:00 am

• Anime: The Lost Canvas.
• Género: Romance.
• Clasificación: +17.
• Total de capítulos: Único.
• Advertencias: Lemon y feminización de un personaje (?) -va, es en serio-.

Dulce tentación.
Aceleró el paso. Apretaba los puños. Frunció el ceño. Masculló maldiciones.

Los tacones de su dorada armadura resonaron en su frío encuentro con las escalinatas de piedra en lo que comenzaba su travesía desde la entrada hasta Escorpio. Lo hacían con rapidez, casi como si corriese. Pero no, ella no corría, parecería que huyera, empero no se lo consentía como la orgullosa guerrera que era. Se supone que no debía evadir los problemas, ¡No se lo permitiría!

Al menos no de forma directa.

Si, no podía mentirse ni queriendo. Lo hacía, quería alejarse; alejarse de los carruajes, alejarse de los sirvientes, alejarse de esa desesperante niña rica a la que el patriarca le había ordenado proteger. Sin embargo, si a alguien no quería ver con toda su humanidad era al hombre con quien había compartido la misión. De serle posible, le enterraría dos metros bajo tierra. Si no, sería ella la que se refugiara en una fosa en lo que le restaba de existencia. O hasta que la rabia se le fuese. No obstante, como la lluvia traía un frío que se calaba hasta por las aberturas de su armadura es que prefirió encerrarse en su templo. No estaba tan enfadada como para arriesgarse a resfriarse.

—Que se le rompió el tacón, que le asusta la oscuridad, que se le rasgo el vestido, que le tocaron el trasero… que se convierta en su guardia personal —un arranque de ira le hizo estampar el puño en uno de los pilares que se alzaban a los lados del largo camino, destruyendo el material de una. No, no había empleado su cosmos, aquello fue mera fuerza bruta—. ¡Pues no sé qué esperas! Después de todo, señorito refinado, estás hecho para consentirle las pulgas.

Su resentimiento no del todo tenía como punto central las acciones de la osada dama. Más bien recaía en la actitud que el acuariano había tomado para con ella; en ningún momento se inmutó, le soportó todos sus caprichos, apartó todos sus “miedos”, y le sonrió. Eso la desquicio. ¿Desde cuándo sonreía con tanta libertad? Apenas la conocía y se daba dichos privilegios. Él anteriormente le había recalcado que no podía mezclar los sentimientos con el deber, y en parte estuvo de acuerdo, respetó su decisión. Pero ¿el mostrarse a gusto entre las atenciones de la joven adinerada no daba la contra a sus propias palabras?

Retomo su airado trayecto; afortunadamente los custodios del resto de templos o bien permanecían en sus habitaciones refugiados de la tormenta, o fuera de misión. El único que permanecía en su lugar era el pequeño Leo, hace no mucho promovido, aún bajo su infantil actitud de jugar bajo la lluvia, oscureciendo su castaña cabellera. Razón por la cual pudo divisarla llegar refunfuñando a su casa.

— ¡Eh, Kardia! Hasta que regresas.

— ¿Me buscaban? —enarcó una ceja, suavizando ligeramente sus facciones.

Si se mostraba muy obvia podría asegurarse que el cachorro no la dejaría en paz.

—No —sonrió—. Es que estuvieron fuera muchos días. ¿Dégel no viene contigo? —autocontrol al carajo. Con solo oír ese nombre no se reprimió una mueca de hastío. Y Leo se dio cuenta—. ¿Pasó algo…?

—No, enano —procuró sonreír, no estaba de ánimos para responder—. Una cosa, Regulus; si te preguntan, no me viste. ¿Sí? —le revolvió los cabellos como solía hacerlo, desprendiendo las gotas que se habían colado entre ellos, con ese tacto brusco y suave a la vez.

No podía culparlo, su curiosidad innata sorprendía a muchos, incluyéndola. Pero no era motivo por el cual desquitarse con el niño. Por ello es que empleaba una fuerza sobrehumana en ser paciente, aunque resultaba ser inútil por su irascible temperamento, lo intentaba. El león se había ganado una parte de su afecto, no tanto como Sasha desde luego, pero podía verlo casi como un hermanito.

—Supongo que si…

— ¡Eso! Ahora me iré a descansar, estoy cansada.

Procedió a retirarse no sin antes dejarlo dentro de la quinta casa. Se iba a ganar una buena si Sísifo lo pillaba en sus niñerías. Continuó, y al poco rato las puertas de Escorpio la recibieron con sus majestuosos pilares, como si la saludasen y hubiesen extrañado durante el tiempo que permaneció ausente de sus aposentos. Sonrió con ligereza, aliviada de encontrarse en su morada. Se adentró a la zona residencial, no iba a hacer guardia, quería reponer fuerzas y olvidar disgustos por esa noche. Se dirigió a su habitación, ese ansiado lugar en el que podría actuar serena y con soltura, sin temor a ser dañada, sin temor a ser vista. Se quitó la pesada armadura, y el desgastado traje que llevaba fue reemplazado por un pijama propio de la época. Ahora sí, se sentía sin ataduras. Ya no era guardiana de Escorpio, ni siquiera Kardia, sino solamente una mujer y su cama, reencontrándose nuevamente con aquella almohada que recelosa guardaba sus secretos. Pensó en seguir con esa extraña manía y quitarse lo que en el pecho le inquietaba hasta más no poder, esa sensación punzante que motivaban a las dudas a asaltar su corazón. No quería, por más molesta estuviese, cuestionar a Dégel. No lo soportaría, su corazón no lo soportaría, para ella no había trago más amargo que el de una traición. Para los de su signo perdonar era una hazaña, una que extrañamente se cumplía del todo. Pese a lo que pueda decir una boca, las palabras del interior solían ser distintas.

Y a ella le costaba ser totalmente sincera.

Los soltó en susurros, entrecerró los ojos, y hundió el rostro en la mullida superficie. Sus azulados cabellos se perdieron en la extensión de colchón y no reparó en nada más que en la relajación en la que su cuerpo se sumergía. Contar los problemas ciertamente era reconfortante, ignorando si el oyente estaba vivo o no, quitaba un gran peso de encima. No obstante, uno seguía atormentándola, necesitaría seriamente de alguien, ¿pero, a quién? Sacudió con pereza la cabeza, lo pensaría luego, quería dormir.

Antes de sucumbir ante los deseos de sus párpados surcó un pensamiento por su subconsciente. ¿Él estaría buscándola? La petición que le hizo al joven león debió funcionar si aún no había llegado a Escorpio. Eso, o que ni había caído en cuenta de su ausencia al estar pendiente de aquella muchacha. Su malhumor regresó de repente; razón más lógica no podría haber, él estaba atendiendo a la dama, o quizá luchando por quitársela de encima, porque escurridiza era; en cuestión de segundos se había colgado de su brazo… y en una ocasión de su cuello. Fue esa la única vez que sintió sus instintos asesinos de escorpiana recorrerle con ganas.

Morfeo la acunó, y esperó no despertar hasta la mañana siguiente… o hacer como el oso e hibernar unos cuantos meses…

Durmió. Fue un sueño sin sueños. Negro, totalmente negro, y se sentía tan solo… Odiaba la oscuridad. Odiaba el silencio. Odiaba lo calmo. Odiaba con todo su ser sentirse sola. Pasó una vez, y supo como remediarlo, sin embargo luego de conocer la profundidad de esos ojos violáceos, que no todo en él era tan frío como aparentaba, comprendió que su maestría en eliminar dicha sensación se había esfumado tan rápido como la cercanía para que, una cierta vez, ambos se volviesen uno. Lo recordaba bien, ella le había incitado, y pese a que llegado el momento reconsideró que fue una mala idea ya no había marcha atrás; Dégel la tenía entre sus brazos, con el cuerpo sudoroso, la hacía jadear, gemir por más, arrancarle suspiros que por un instante no reconoció como suyos, y no fue hasta que ese insoportable dolor se apartó que pudo sentir el placer mismo recorrerle, como si hubiera llegado a los Elíseos. Ese deseo carnal permanecía latente, pero seguía allí, por más lejos quisiera tenerle su cercanía era igual de necesitada, costándole aceptarlo. Como sea, así de contradictoria se acostumbró a ser. Y así era amaba.

Un frío tacto, un simple rose, una sutil caricia la hizo volver a la realidad. Abrió los ojos con lentitud, quitándose con pesar la somnolencia, pero tan pronto visualizó su alrededor recordó perfectamente lo que la había llevado a dormirse con el pesado humor que cargaba desde haber llegado al Santuario. Ahí estaba él, al igual que ella sin su armadura, tan cerca que podía sentir su aliento chocándole la mejilla, y con su mirada tan tranquilizadora como siempre.

Frunció el ceño.

Apartó su mano de golpe, y lo siguiente fue el quitárselo de encima, sin mucho éxito pues la fuerza del mayor demandaba más estabilidad en su posición. Sus muñecas fueron tomadas, puestas a cada lado de sí, mientras el descarado acuariano inspeccionaba con la mirada su rostro. Al saber su plan fallido se desvió tercamente; aún no olvidaba la ofensa que soportó desde el primer día de misión, ¿qué le hacía creer que lo pasaría por alto?

— Pensé que Regulus haría bien su trabajo… —masculló—. ¿No te enseñaron a tocar la puerta? Largo.

—No seas obstinada.

—Si esa mocosa pudo serlo, yo también. Largo.

Dégel la observó por unos instantes más. No había muestras de diversión o similares, realmente hablaba en serio. Esbozó una sonrisa, comprendía lo muy a pecho que Kardia se tomaba las cosas, y lo muy sobre protectora que era con lo suyo.

— ¿Celosa?

Como con él.

Imaginó que no debió decirlo. Avivaría la hoguera. Y tal como creyó, así pasó; la mujer lo observó con una frialdad casi tan igual a la suya, evidenciando sus ganas de molerlo a golpes si se atrevía a repetirlo o decir semejantes. Empero confiaba en su instinto, podría contenerla, y ello debía hacerse ya, antes de que lo corriera de Escorpio. Cosa de lo que se fiaba muy poco, no por nada tenía conocimientos de cómo hacerla flaquear.

—Dilo otra vez y te juro que…

—Sé sincera, estás molesta por eso.

—No seas arrogante, Acuario —soltó filosa—. Solo pensé que estarías más a gusto estando con la señorita. Ve a hacerle compañía, como el buen caballero que eres.

—Ya se ha ido.

— ¿Entonces soy el premio de consolación?

—Kardia, ya no sigas con esto…

— ¿Seguir con qué? Solo digo la verdad. No entiendo por qué vienes ahora que ella se ha marchado. No estoy a todas horas disponible cada que quieres cuando quieres. Ya déjame dormir.

Contrario a ello las manos del muchacho se mantuvieron firmes sobre las de ella. Forcejeó una vez más, sin éxito. El exasperado suspiro que salió de sus labios entreabiertos hizo que aquella cavidad se viera tentadora, no obstante contuvo sus impulsos, o su intento por arreglar las cosas se vería frustrado.

—Sabes que no tenía opción.

—También sabes que ya tienes pareja. Lo recuerdas, ¿no?

—Y no lo olvido.

— ¿Entonces por qué te dejaste? Si me lo hubieses pedido….

— ¿Recuerdas que te dije que no mezclemos los sentimientos con el deber?

—Mismo que mandaste al demonio con tanta niñería de tu parte.

—Kardia, hablo en serio.

—Yo también —su rostro, reflejo de toda molestia, mutó a ser uno más inocente y casi aniñado, juntando con la poca movilidad que le quedaba sus codos para abultar su delantera, haciéndola ver llamativa y resaltante en su asomo por el cuello del delicado traje que usaba— “Señor Dégel, me he hecho daño entre los pechos. ¿Podría revisármelos, por favor?” Y no violarme en el intento —su voz se había modulado hasta sonar tan igual al de la chica que tanto la llegó a irritar, burlándose de su muy mal fingida actuación en un diálogo que, si bien no se dio, en cualquier momento que duraba la misión pudo suceder. Empero, lo último fue dicho con su propio sonar, regresando a su verdadera voz en lo que su rostro volvía a ser el divertido y resentido de antes.

Si su objetivo había sido irritarlo, lo había conseguido. Y como nunca antes. Esperó con eso zafarse de él inmediatamente, y en lugar de eso obtuvo que una creciente chispa de deseo se colara en la mirada de Dégel, quien interiormente había quedado maravillado por el pequeño show montado por la escorpiana. Sus ojos habían viajado desde los remarcados senos hasta sus labios, esos carnosos que, sin la voluntad de su dueña, llamaban a los suyos en un furtivo encuentro pasional.

Cumplió su capricho.

Prontamente la boca de la mujer fue invadida por la de Dégel, cuya lengua no había desaprovechado lo desprevenida que estaba la otra y tomó dominio sobre ella, haciendo del contacto uno más brusco del que solían darse. Kardia debió esperárselo, pero aún mantenía la esperanza de ahuyentarlo. Al comprobar una vez más su fracaso debió combatir por no caer en las tentaciones que el cuerpo del heredero de Ganímedes le ofrecía; no medió en qué momento había terminado por subirse a su cama, eso explicaba el por qué tenía inmovilizada las piernas, o por qué tan de repente el aire comenzaba a faltarle con el simple roce del pecho masculino con el suyo, obstruido por las telas pero al fin y al cabo unidos.

—No podía ser descortés —habló entre sus labios, retomando el beso luego—. Era de la alta clase.

—Cínico —dijo igual, quedándole apenas un ápice de cordura que le recordara que seguía molesta. Un gemido se asomó por su boca, unas ágiles manos se habían posado en su busto, sin la menor intensión de quitarse—. No creas que olvidaré eso…

—No espero que lo hagas —jadeó, separándose hasta apreciar sus orbes, cargados de excitación—. Por eso pienso compensarte.

La siguiente parada de la escurridiza lengua del acuariano fue el cuello de Kardia. Se retorció en reacción a los pequeños escalofríos que se pasearon por su espalda, mientras los besos eran repartidos por los rincones que el joven quería explorar. Su mano mimaba uno de sus pechos, mientras que ella involuntariamente se abrazaba de él, lanzando lejos el poco raciocinio que se esforzó en mantener al igual que la camiseta que este portaba, dejando visible el deseado torso que la tuvo en trance infinidad de veces.

Eso no quería decir que le había perdonado.

El delgado y enclenque vestido que la cubría era alzado con parsimonia por la mano libre del muchacho, mientras la delgada trusa descendía con llamativa sensualidad, deteniéndose y explorando ciertas partes de su cuerpo que, conocía, la harían estremecer. Lo tuvo bien acertado; las reacciones transformadas en rítmicos movimientos brotaban a flor de piel, y no solamente en ella; su excitación motivaba al acuariano a deleitarse y próximamente entrar en dicho estado, con más ánimos de brindarle atenciones como la última vez. Hasta podría decirse que se sentía en confianza pues, tal como lo supuso, ella había caído por tercera cuenta. La de cabellos azulados no pensaba quedarse atrás; sus manos también viajaron por la extensión de la piel nívea blanquecina de su amante, dejando mínimos pellizcos que marcaron momentáneamente su espalda e hicieron que Dégel se arqueara apenas, mordiéndose la lengua para reprimirse, sin mucho resultado. La vio con diversión, no es que le gustara el masoquismo, pero sí las sorpresas que se podría traer entre manos.

—Tómalo como castigo por lo de hoy —pellizco otra vez—, y ayer —provocó un cambio de lugares, siendo ella quien montara su cintura y comenzara con la sesión de besos y caricias por su pecho desnudo. Mordió su cuello, dejando una marca, obligándolo a que soltara un quejido—, y anteayer…

—Puedo acostumbrarme… —sonrió ladino. Una de sus manos se aferró a su cintura y la otra a su trasero, apretando una de sus nalgas casi con la fuerza que ella usaba para desquitarse, lo que le costó un sonoro gemido—. No te creas, no eres la única que ha pasado mal esta semana.

—Te lo consentiría si no hubieses sido el responsable. Esto es tú culpa —se alzó un poco, creando una cercanía entre sus rostros, chocando alientos.

—No me importaría declararme culpable… —se hartó de la tediosa tela que obstruía sus ensoñaciones y la apartó sin la mínima delicadeza. El ropaje con el que Kardia pretendía dormir minutos atrás había sido dejado de lado por los caprichos del muchacho. La contempló en su desnudez, o al menos no toda, quedaba una prenda que oponía resistencia a ese lugar en especial que consideró muchas veces su favorito—, y no me arrepiento.

—Eres un…

Podría jurar que ese sostén de tonos lilas le pedía a gritos ser arrancado de su dueña con las mismas ganas que ella. Queriendo poner en marcha su travesura mordió la parte superior del lado derecho y lo hizo descender sin mucho esfuerzo; si bien el broche le daba pelea no tardó en sucumbir ante la traicionera mano femenina que declaró no necesitar más de sus servicios. La minúscula prenda cedió de inmediato, aún jalada por la boca del de cabellos aguamarinas, y terminó en alguna parte incierta de la habitación, olvidada en lo que duraba la velada. Ahora sí, estaban cada vez más cerca de revivir aquellos instantes de fino placer de noches atrás, cuando tuvieron su primera vez, con la diferencia de que ya conociéndose podían repetir sin mucho trabajo una segunda ocasión. Tal vez también una tercera. Dégel se deleitó con el par con las que le gustaba entretenerse, lamiendo, mordisqueando, succionando, con sumo cuidado a la vez que controlaba sus instintos por volverla a hacerla suya de golpe. Entre tanto, y mientras se hallaba distraído, no se percató de que las manos de la mujer habían terminado de delinear lascivamente su torso para encontrarse con un nuevo adversario: el pantalón. El joven detuvo su tarea y se limitó a observarla, en lo que ella hacía lo mismo fieramente contra los botones. Fue rápida y eficaz, en cuestión de segundos aquella ropa se encontraba descendiendo dejando a la vista el molesto bóxer que cubría el sexo de su compañero. Se relamió los labios, ansiosa, con un profunda ambición empujada por la lujuria, a su vez motivada por las caricias que erizaban su piel por parte de esas manos que más de una vez habían tomado sus mejillas y besado dulcemente, o aprisionado sus manos cada que lo creía propicio. O, recordando el primer contacto cercano, habían liberado su rostro de la careta de metal que la había ocultado por años, siendo él la única persona con el privilegio de apreciarla en toda su belleza.

Fingió tocar tímidamente, la ronca voz del otro no se hizo de esperar y retumbó en sus oídos. Le gustaba lo que oía. Ágilmente fue desprendiéndolo del único impedimento que se interponía, y allí, endurecido y erguido, estaba el pedazo de carne que alguna vez había sido intruso en su interior, liberando oleajes de placer difíciles de explicar y que, sin embargo, resumía en solo éxtasis.  

Dégel sintió el nuevo roce fino que le fue otorgado como una brisa veraniega, tan fresca y acogedora como quemante de pieles. No se contuvo los sonidos guturales que se sublevaban a su voluntad, y aunque ciertamente no tenía la menor intensión de acallarlos no quería evidenciar el grado de excitación al que había llegado. Pero no fue necesario, la necesidad que profesaba su necesitado miembro fue prueba suficiente para hacer que Kardia se sintiera vencedora. Lo toco y apretó ligeramente, para entonces Acuario había apresado a uno de sus pezones en su boca y fingía amamantarse, entrecerrando los ojos para soportar, aunque sea un poco más, la poderosa necesidad de poseerla, misma que afloraba en él como los bellos rosales de Piscis. Ella masajeo con descaro, sin pudor, aumentando la intensidad así como la velocidad, orgullosa, sin omitir detalle de las reacciones del rostro que mimaba sus pechos. Se preguntó cuánto resistiría, estaba aguantando muy bien, más de lo que quisiera, por ello fue que aplicó más fuerza obligándole a desprender los labios de sus carnes para gemir con necesidad.

Y ahí desencadenó su condena.

Él, ni con todo su autocontrol, logró frenar los anhelos que su cuerpo exigía ser cumplidos. Y, dejándose llevar por ellos, dio rienda suelta al siguiente paso. La mujer se lo veía venir, pero fingió demencia, pensando que mejor se saboreaba el momento cuando las cosas eran repentinas. Empero ni eso le sirvió ante la súbita cambiada de lugares que provocó su pareja, tan drástica que prácticamente acabo en nueva cuenta debajo él, con el apego protagonizado por sus pieles al volver a tener ese ardiente contacto, con sus sudores mezclándose en una nueva entidad que solamente sería conocida como suya. Su respiración se agitó de repente, ya era hora, lo veía posicionarse, y el recuerdo de cómo se sentía volvía en fragmentos a su memoria, provocando que empezase a temer. Después de todo, su cuerpo aún no se acostumbraba. Él notó la tensión en su cuerpo, así no podía proceder, sería muy doloroso para los dos, por lo que contuvo sus instintos y suavizó su mirada, juntando sus frentes y tomando una de sus mejillas, sonriéndole con la misma calidez que la hacía verse protegida, esa que disipaba sus miedos. Ya la había usado antes, siempre funcionaba, y pese a que en ese tipo de situaciones el reto era aún mayor no perdía su eficacia.

—Tranquila…

Ella no evitó ruborizarse, a la vez de sorprenderse, no pudiéndose explicar cómo podía actuar tan sereno. Sonrió como escasas veces lo hacía, con inocencia, reflejando cierto dejo de pureza en su mirada que cautivaron al chico, así como jalaron a sus labios a la urgencia de besarla, ya sin pizca de deseo, sino de cariño. La presión fue desapareciendo, su cuerpo fue dejándose llevar, y ya creyéndola preparada comenzó.

Sucedió.

Por mero impulso se afianzó más al contacto de sus bocas para así retener los gemidos lastimeros que querían escapar de sí, las lágrimas fueron haciéndose más notorias y sus ojos se cerraron con fuerza a medida que aquella intrusión en su cuerpo ganaba terreno. No era fácil, por más que las mujeres presumían soportar el dolor mejor que los hombres ello era simplemente asfixiante, punzante, irrespirable. No pudo más, tuvo que abandonar los labios que la acogieron para arquearse involuntariamente hacia atrás. La mirada del joven detalló sus facciones, y en un intento de calmarla besó cada una de ellas para distraerla; frente, mejillas, nariz, párpados, no dejó rastro que no hubiera sido explorado por él, y viendo que su medida daba resultado continuó, a la vez que dejaba que una de sus manos fuera apretada por la de ella para aguantar mejor la agonía.

Cuando estuvo enteramente en ella se detuvo, combatiendo contra sus propias pretensiones por no moverse, porque sabía que si lo hacía solo le causaría más dolor. Dejó que se acostumbrara; la primera vez que lo hicieron había resultado difícil, era muy estrecha y virginal, además de que no soportaba la unión con tanta resistencia como la de ahora. Kardia fue lentamente cediendo, su respiración se hizo más pausada y aquello que consideró una sensación infernal fue reemplazada por una muy agradable, embriagante, y sobretodo placentera. Pronto supo que ya disponía de la capacidad de continuar, sus caderas le advertían no poder contenerse más y las de ellas se mostraban anfitrionas para recibirlo. Y lo hizo. Inició con encuentros suaves, arrancándole suspiros, jadeos. Se aferraba a las sábanas y se movía cada vez con más intensidad, pidiéndole mudamente que acelerara, que estaba preparada, que quería sentirlo enteramente. Dégel, tal como quería y para aumentar ese calor que nacía en ambos, apegó más sus cuerpos, dejando que sus movimientos se volvieran uno, sintiendo sus pechos acariciar al suyo a medida que se alzaban y descendían por las embestidas a las que la sometía. Kardia hizo que sus piernas abrazaran su cintura, aumentando la profundidad, misma que los hizo gemir con ganas. Ya no había más barreras o dolor que se interponga, ahora podían disfrutar al máximo y no deseaban detenerse a menos que el mismo orgasmo los alcanzara. La contienda se encontraba en su máximo apogeo; sudor con sudor, piel con piel, rostros extasiados que se miraban mutuamente en medio de la oscuridad y no deseaban otra cosa más que mantenerse así en lo que durara la noche, aún cuando eso significara desgastar sus cuerpos por tal veloz y casi furiosa revuelta que daban contra la cama.

Sin embargo, tal como los mismos dioses se los recalcaban guerra tras guerra, eran humanos. Su resistencia no era eterna, razón por la cual fueron perdiendo estabilidad ante el impulso de su cuerpo por llegar al climax. No querían, pretendían seguir, unidos tanto como se reclamaban, pero con todo lo que les pesó tuvieron que ceder. En cuestión de un par de embestidas más Kardia sintió la esencia de su amante adentrarse en ella, colándose en su cavidad, al mismo tiempo en que liberaban sonoros y necesitados gemidos que los demandó caer exhaustos, él sobre ella, respirando agitadamente sin menor interés por moderar las bocanadas de aire que entraban a sus pulmones para recuperar el aliento perdido.

Dégel se movió a un lado de la cama, facilitándole más la respiración a Kardia, y cuando vio la mejoría en su semblante la abrazó por la cintura, no sin antes arropar sus cuerpos bajo las sábanas, para luego detenerse a aspirar el olor de su larga y ondulada cabellera, recostando su cabeza en pecho, y peinando sus cabellos con sus dedos.

—Entonces… ¿me perdonas?

—Te costará mucho, Acuario —se separó un poco y la vio, incrédulo. ¿Por qué seguía llamándolo por su título, como a un desconocido?

—Pero si… —frunció el ceño, no obstante al entender la indirecta torció una sonrisa, apegándola más a sí y acercando su boca a su oído, estremeciéndola con su ronca voz—… Nada más tenías que pedirlo. ¿No será que todavía…? —fue acallado por un par de dedos que le impidieron seguir, mientras la confiada mirada de ella se encontraba con la suya, sonriendo con travesura.

—Tal vez…

Eso le bastó como excusa suficiente. Tomó posesión de sus labios por vez segunda, recreando los momentos previos, amándose como les gustaba. Y lo mejor, era que tenían toda la noche por delante.

En motivo por el cumpleaños de una amiga.
Si llegas a leer esto... ¡Feliz cumpleaños, Brenda!
Shaine Scarlet
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